Nací en un confortable periódico de 2008. Mi madre no me puso nombre, porque los ratones tienen una manera muy diferente de entender lo que es la identidad. Mi nombre para los hombres pasó por conveniencia a ser Muri, una corruptela de "Muridae", mi familia biológica, según los hombres.
Viajaba mucho. En cada lugar que fui, encontré una cosa más diferente que la última.
En Sevilla conocí unos gigantes que los hombres llaman de "molinos de viento" y que Don Quijote llamaba de "dragones". Prefiero la visión de Don Quijote.
En Málaga vi el mar. ¡Ah qué perdición, qué inmensidad! Me recuerdo que la playa no me gustó mucho (cada grano de arena es casi del tamaño de mis ojos. No es bueno ser fusilado de cinco en cinco minutos por pelotitas voladoras), pero el mar... No sabía si me acercaba o si corría para el más lejos posible de aquel muenstro hipnotizador. (Me acerqué.)
En Valencia escalé una gran muralla de piedra que tenía muchos agujeros por los cuales pasé. Del cumbre vi el mundo como si fuera un amontonado de puntitos de diversos colores. Es verdad aquello que dicen: la grandeza está en quien la ve.
En Barcelona hice grandes amistades. Fui también a una plaza de toros. Sentí suerte por nacer ratón, pena de los toros y rabia de los hombres.
También en Barcelona hice mi primer vuelo. Entré, si que nadie viera, en un inmenso pájaro rígido a lo que llaman de "avión". !El estómago de aquel animal era increíble! Tenía decenas de valijas, cada cuál con una etiqueta de identificación. Adolfo Schurlz, José Menera, Analucía Cortez, Pedro Javier... ¡Cuantos nombres consiguen inventar los hombres! Después de mucho dormir y esperar, la ave empezó a hacer un ruido horrible que no terminaba nunca y... paró.
Estaba mareado, no conseguía sentir dónde pisaba. Tenía frío. Mucho. Salí de aquel bicho y casi morí con el hielo gaseoso en mi hocico. ¿Qué estaba ocurriendo? Antes que pudiera descubrir, sentí mis huesos salieren de mi cuerpo. Mi pelo se endurecía como espinos, y en pocos instantes mis ojos no vieron más que un infinito oscuro.
De repente, siento un pequeño calor en mi espalda. Lo pequeño se convierte en un calor mayor, y, clec, siento un romper de hielo. El paisaje en mi vuelta no era nada parecida con lo que vi segundos antes. Ahora veía arboles y césped semi cubiertos por nieve. El pájaro se fue y allí sólo quedó yo y aquel lugar nada familiar. Tras comer unos pocos tallos y raíces que encontré, seguí viaje.
No muy lejos, finalmente, avisté un amontonado de casitas menudas. Iba siguiendo contra el viento, cuando fui lanzado para tras. Me levanté asustado y aún más cuando vi lo que me lanzó: un periódico.
La fecha: 22 de abril de 2040.
¿Qué hago ahora?
martes, 23 de junio de 2009
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